
Isaac Guerra
En el mundo del boxeo, hay una cruda realidad que muchos conocen pero pocos están dispuestos a admitir: la existencia de boxeadores considerados como “carne de cañón”. Estos pugilistas son enviados al extranjero con la promesa de la victoria, aunque tanto ellos como los conocedores del deporte saben que sus posibilidades de ganar son mínimas. ¿Por qué? Porque son utilizados como peones en un juego donde los únicos intereses que importan son económicos.
La narrativa es desalentadora pero familiar. Los “empresarios” del boxeo prometen triunfos gloriosos mientras envían a sus peleadores a enfrentarse a oponentes prácticamente imbatibles. Para ellos, el cálculo es simple: mientras más peleas concierten, más dinero ingresará a sus bolsillos, sin importar el sacrificio humano que ello conlleve.
Es común que los boxeadores mexicanos, dados el renombre del país en el boxeo internacional y su proximidad a Estados Unidos, sean los más afectados por esta práctica. Viajan al norte, siendo conscientes de que están destinados a la derrota. Regresan a casa con una marca de pérdida, solo para enfrentarse a rivales de menor categoría y obtener una victoria que les permita volver a buscar contratos lucrativos.
Es lamentable ver cómo la ambición ciega de algunos promotores-managers deja de lado la salud y el bienestar de los peleadores que llevan consigo como “carne de cañón”. Estos deportistas son tratados como mercancía, sacrificados en el altar del lucro sin que se les otorgue la debida consideración a su integridad física y emocional.
Sin embargo, no todo está perdido. Aunque la sombra de la explotación planea sobre el mundo del boxeo, aún existen esperanzas. Algunos pugilistas mexicanos viajan con el apoyo genuino de empresas que buscan descubrir al próximo Saúl ‘Canelo’ Álvarez. Estos casos son un rayo de luz en medio de la oscuridad, demostrando que el respaldo adecuado puede marcar la diferencia entre el éxito y el abuso.
Es hora de que el mundo del boxeo reflexione sobre sus prácticas y prioridades. No podemos seguir permitiendo que los sueños y la salud de los peleadores sean sacrificados en aras de unos pocos dólares más. Es responsabilidad de todos, desde los promotores hasta los fanáticos, velar por el bienestar de aquellos que dan todo en el ring. Porque al final del día, el verdadero triunfo no se mide en victorias y derrotas, sino en el respeto y la dignidad de cada boxeador.