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Canelo Álvarez, un producto mexicano de exportación y manipulación

Por: César Abraham Navarrete/izquierdazo.com

Para la gente cínica o demasiado realista un boxeador es un atleta,

dos boxeadores son un buen negocio.

Eduardo Arroyo, Los ademanes de la soledad.

Después de los completos, los medianos y wélters son las categorías con más proyección del boxeo. Los pesos superiores siempre han recibido mayor atención que las inferiores porque sus golpes son más contundentes y espectaculares, atrayendo de este modo los reflectores y las bolsas multimillonarias.

Históricamente, por biotipo, los mexicanos pertenecen a la división de los gallos (y en menor medida, pelean en paja, mosca y pluma). Los exponentes por antonomasia son Rubén El Púas Olivares[1] —a quien diversos especialistas consideran el mejor peso gallo de todos los tiempos— y Raúl El Ratón Macías. Ambos, pese a sus personalidades contrastantes, ídolos del pueblo.

Julio César Chávez, acaso el mayor boxeador que ha dado el país, rompió con la tradición al triunfar como superpluma, ligero, superligero y wélter (José Ángel Mantequilla Nápoles se formó en la escuela cubana y José Pipino Cuevas, pese a ser campeón del mundo, nunca alcanzó la trascendencia de Chávez; habría que remitirse al legendario Kid Azteca para encontrar otro peso wélter destacado), convirtiéndose en paradigma incluso para los jóvenes púgiles de la actualidad, con más talla, estatura y mercadotecnia, pero no necesariamente calidad.

[1]Mi padre recuerda que en la época del Púas había dos púgiles mexicanos notables: Jesús Chucho Castillo y Rafael Herrera, los cuales obligaron a Olivares a mejorar su estilo.

En México, tras el descenso de El César del boxeo sucedió algo similar a lo que ocurrió con la NBA y el retiro de Michael Jordan: las transmisiones televisivas se acabaron y la afición se perdió de dos excelentes pugilistas como Érik El Terrible Morales y Marco Antonio Barrera (posteriormente vendría Juan Manuel Márquez, a quien el reconocimiento y el dinero le llegaron tarde, sobre todo como consecuencia de su knock-out Manny Pacquiao).

Así, el «Pago por evento» (Pay Per View, en inglés) se apoderó enteramente del «Deporte de los puños», entretenimiento de las masas en México junto con el futbol.

Durante este período, la principal figura fue el estadounidense Óscar de la Hoya, actual promotor del Canelo y empresario boxístico de Golden Boy Promotions (al concluir su carrera de la Hoya se convirtió en el principal empresario del pugilismo, pero sus adicciones lo hicieron perder su lugar ante Top Rank de Bob Arum y su as bajo la manga para recuperarse es el tapatío).

Eventualmente, Televisión Azteca retomó las emisiones sabatinas de box y, al percatarse que eran exitosas, Televisa la secundó. Desde entonces, regresó a la audiencia masiva.

Con estos antecedentes, hay que dimensionar al mediático —mas no carismático— Saúl Canelo Álvarez. Aunque no es un peso mediano natural, su anatomía le permitirá pelear en esta división por algún tiempo.

Sin embargo, ¿qué es Álvarez, ensalzado como virtuoso, comparado con wélters y medianos verdaderamente notables (los llamados «Cuatro ases»: Marvin HaglerLa cobra de Detroit Thomas Hearns, Sugar Ray Leonard y Roberto Manos de piedra Durán; el malogrado Carlos Monzón, asesino de su esposa, o El ejecutor Bernard Hopkins, por citar a algunos)? Nada. 

La carrera en curso del Canelo adquiere perspectiva cuando se le equipara con los «reyes de antaño», pero incluso respecto de sus connacionales, se demuestra que no es ni el mejor ni el más completo aunque haya mejorado paulatina y notablemente. Juan Francisco Gallo Estrada lo supera y Óscar Valdez ya evidencia sus cualidades innatas como campeón mundial.

Este negocio espectáculo ofrece una lección: sus ganancias ridículas y ofensivas confirman que los más dotados no necesariamente son los que ganan más, sino que se ponderan elementos externos. Me explico: pese a su pérdida de preminencia, la sociedad estadounidense continúa marcando tendencia en el consumo. Asimismo, los fenómenos migratorios incidieron en la conformación de su población. La comunidad méxico-estadounidense es importantísima más allá de las llamadas remesas que genera para nuestro país. 

Cuando afirmé que Canelo Álvarez era nada, quizá me precipité. Él en realidad es algo más —mucho más— que un noqueador: es un producto mercadológico capaz de influir en el ánimo de millones de personas. Y esto lo han comprendido a la perfección sus cómplices y explotadores[1].

Los compatriotas que viven en los Estados Unidos padecen de la nostalgia, entre otros muchos sentimientos. Así se explica, por ejemplo, que con su permiso los atiborren de partidos mediocres de futbol o los usen de banderaen las votaciones federales o las vacaciones de fin de año. Han buscado mantener su identidad, pero al mismo tiempo, afirmarse dentro del medio en que buscan desarrollarse y, como casi siempre sucede, terminan desarraigados y discriminados por ambas partes.

No es fortuito que con los problemas que experimentan los mexicanos —en su propio país o el extranjero—, busquen paliativos en satisfactores ilusorios como el deporte y el entretenimiento. La idiosincrasia mexicana es aspiracional y le fascina que los pobres alcancen el éxito, ora para admirarlos, ora para envidiarlos. De este modo, la historia de un humilde paletero devenido en púgil es oro molido. Los oportunistas —como este que escribe— afloran por doquier y en mayor o menor grado se benefician de aquélla: promotores, televisoras, políticos, periodistas…

Tampoco es casualidad que se ofrezcan carteleras especiales en fechas estratégicas como el 5 de mayo y el 16 de septiembre, ideales para afirmarse dentro del medio en que buscan desarrollarse y, como casi siempre sucede, terminan desarraigados y discriminados por ambas partes.

[1] Nuevamente la figura de Olivares —éste sí carismático y cuya fama se proyectó en Los Ángeles, California—, es esclarecedora al respecto a partir de los apodos que recoge Ricardo Garibay en su reportaje Las glorias del gran PúasEl Grande de la BondojoMister Knock Out (sic)El Alarido de la Raza Allende el BravoEl Monstruo de la TaquillaEl Aloque Hecho Existencia Diaria

No es fortuito que con los problemas que experimentan los mexicanos —en su propio país o el extranjero—, busquen paliativos en satisfactores ilusorios como el deporte y el entretenimiento. La idiosincrasia mexicana es aspiracional y le fascina que los pobres alcancen el éxito, ora para admirarlos, ora para envidiarlos. De este modo, la historia de un humilde paletero devenido en púgil es oro molido. Los oportunistas —como este que escribe— afloran por doquier y en mayor o menor grado se benefician de aquélla: promotores, televisoras, políticos, periodistas…

Tampoco es casualidad que se ofrezcan carteleras especiales en fechas estratégicas como el 5 de mayo y el 16 de septiembre, ideales para exacerbar el patrioterismo y el despilfarro. Se sabe que en el programa que Porfirio Díaz dispuso para conmemorar el Centenario de la Independencia, figuraban el boxeo y la lucha.

Asimismo, el 15 de septiembre de 1934 Rodolfo El Chango Casanova se reconcilió con el público que lo seguía, al convertirse en campeón nacional de los pluma.

Hay que establecer que Álvarez no es víctima de nadie, reconociendo los sacrificios y las carencias que vivió en su camino a la fama, aunque sus detractores recriminen que se le han facilitado sobremanera el camino. Es una pieza de este juego que también ha sabido usar a los que lo usan —sería absurdo que el que recibe los golpes no se beneficiara hasta volverse millonario. Sin embargo, cuando ya no sea útil, será remplazado por otro peleador, a quien pretenderán hacer pasar por figura.

«Canelo contra Triple G» se vendió como un evento trascendental, como una «función de las de antes», en que los monarcas no rehuían enfrentar a los mejores contrincantes, entre otros factores, porque no había tantas organizaciones ni promotores que cuidaran sus intereses y rebajaran el nivel, en su intención casi exclusiva de lucrar. Confirmé entre los «villamelones» y los aficionados —tan desacostumbrados a una cartelera de calidad—, que un buen combate les resultaba una gran pelea, influidos por la opinión de los comentaristas de las televisoras, copartícipes y evidentes animadores de este show bussiness (el favoritismo de Box Azteca, señal que suelo seguir, me pareció repugnante, pero entendí su fervor… económico).

El boxeo se desprestigió así mismo con fallos vergonzosos y la ponderación del dinero. Pensar que la situación cambiará en lo porvenir es ingenuo. A pesar de ello, uno puede tener la certeza de que el «Noble arte»— ofrecerá, de vez en cuando, algún boxeador admirable o una pelea realmente digna de recordar.